martes, 18 de enero de 2011

Porque nosotros lo valemos

Todos hemos ido a la escuela y hemos aprendido (o al menos eso se esperaba de nosotros) que España fue en la antigüedad la primera potencia mundial, el país más a la vanguardia tecnológica, militar, económica e incluso cultural y artísticamente. Lo que ya no se cuenta, o al menos se maquilla, es el por qué de esa evidente decadencia. Y es que ya lo dice Juan Eslava-Galán: "Nunca un país ha tenido peores gobernantes".

Porque siempre hemos preferido hacer las cosas a la manera tradicional, rechazando culquier innovación. Porque siempre hemos defendido lo propio, incapacitando las influencias del exterior. No es de extrañar que Amadeo I de Saboya, uno de los mejores gobernantes y políticos que jamás ha visto este país, se hartase de nosotros y nos dejase plantados al cabo de tres años de ejercer como monarca constitucional. Y ya lo veníamos arrastrando desde los Austria, con su política de "Sostenello, pero non enmendallo" —algo así como "Manten la situación todo lo que puedas, pero no trates de arreglarla"—, ayudada por la mentalidad del honor del no trabajar y lo deshonroso del esfuerzo físico. Esta situación alcanzó su máximo absurdo con los denominados "pobres de solemnidad", individuos de famlias "con honor" arruinadas que, por no trabajar, se veían obligados a mendigar de una forma muy especial para no mancillar su honor: a través de una serie se cofradías que reunían el dinero por ellos y lo dividían entre sus afiliados.

Y aunque esto suene lejano, no hay más que encender la televisión y ver en todas las cadenas gallineros escandalosos que se hacen llamar debates; canales de noticias veraces, fiables, plurales e imparciales que son sustituídos por emisiones de telebasura en directo 24h; e incluso personajes barriobajeros y si ninguna formación que ganan millones por montar el mayor paripé posible en un plató de televisión. Y lo peor de todo es que alguien apoya esos programas —la masa, el público que es en su mayor parte ignorante y del cual los gobiernos se cuidan muy mucho de instruír en demasía, no vaya a ser que desarrollen una conciencia propia, se den cuenta de en qué país viven y qué políticos tienen y empiecen a reclamar un cambio (aunque esto es otro tema que ya trataré más adelante). Esta gente se siente identificada con estos personajes, por eso los califica de "auténticos" cuando, en realidad, lo único verdaderamente auténtico en ellos es su pantente no sólo ignorancia, sino desprecio de todo tipo de conocimiento y extrema rudeza.

No hemos convertido en títeres del dinero y el comercialismo, esclavos del capitalismo y la información —paradójicamente, puesto que ésta debiera aportarnos criterio y conciencia propia—, y no hacemos nada por remediarlo. Porque esto es España señores, "país de pandereta". Porque, en el fondo, preferimos cerrar los ojos al mundo que nso rodea, refugiarnos en cosas efímeras y poco trascendentales como los éxitos deportivos. Porque, al fin y al cabo, Pío Baroja no iba muy desencaminado con aquello de "el hombre, un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo".

Porque nosotros lo valemos.

viernes, 28 de mayo de 2010

Virus

El colegio es una enfermedad. Una enfermedad que nos ataca durante años y cuya única cura es algo llamado graduación.
Esta dolencia se divide en fases, a cada cual más dura, y dentro de ellas, en tres etapas. La peor: la última; cuando las defensas ya están bajas, la cabeza no rinde, estamos agotados, y, no contentos con ello esos pequeños microbios (que de pequeños tienen poco, más conocidos como profesores) nos atacan, nos vapulean con más intensidad en la recta final que a duras penas conseguimos acabar, si es que lo conseguimos.